El lunes pasado, a las 4:30 de la mañana,
en una discoteca en el centro de Málaga,
divisé a una señora que juraría que era polaca en medio de la pista, haciendo tai chi.
A ver, le daba más un aire a la escena de karate kid de dar cera y pulir cera, mientras hacía movimientos laterales con sus brazos de arriba abajo.
No se me ocurrió mejor idea que retarla a una batalla de baile.
Nos enfrentamos los dos frente a frente,
en el centro de la pista,
con Juan a mi derecha, mirando sorprendido.
No te preguntes quién es Juan y estate atento a lo que sucede.
Giros, miradas, cruces.
Sacando los pasos prohibidos, clac.
Caí al suelo.
En uno de los movimientos, la rodilla se me fue.
Caí contra el suelo.
Por mi mente solo pasaba una preocupación… operación.
Me repongo como puedo y entro al baño cojeando…
Ella ganó claramente la batalla de baile, no se acercó ni siquiera a darme la mano de forma deportiva.
Ella siguió su sesión de tai chi mientras yo estaba fuera de combate untando hielo en mi rodilla como si fuera mantequilla.
Así que en escasos 5 minutos, esta polaca me dio dos cosas:
un esguince de rodilla y la lección de no meterme en algo sin tener opciones.
Es decir, juegues a lo que juegues, busca jugar con cartas ganadoras.
No eres una máquina bailando. Está bien que lo intentes, que hagas el tonto y que te diviertas. Pero si la lías, el error puede ser mayor.
Oye,
que puedes hacer todo lo que te dé la gana en esta vida, pero antes de salir a jugar, al menos infórmate un poco.
No te metas en aquello en lo que no tienes opciones para ganar.