Oye. Vendió la Torre Eiffel, dos veces.
Victor Lustig fue escalando hasta alcanzar la cima de su “profesión”, vendiendo un monumento histórico que no era de suyo, la Torre Eiffel.
Leí esta historia de la periodista Katherine Laidlaw y necesitaba contártela.
Lustig, se aprovechó del momento y del odio.
Cuando él llegó a París en 1925, la Torre Eiffel tenía 38 años.
Los parisinos la odiaban.
Inicialmente fue construida para la Exposición Universal cuyo ingeniero principal fue Gustave Eiffel.
Incluso se envió una petición al gobierno después de su construcción calificándose de “bulto bárbaro” y “un sueño espantoso”.
Hasta el escritor Guy de Maupassant la llamó una “pirámide larguirucha” que debería ser destrozada.
Encima, se quejaban que la dichosa torra, necesitaba unas 60 toneladas de pintura cada siete años para su mantenimiento.
A pesar de todo eso, se mantuvo en pie.
Bueno, ese es un spoiler que ya conocéis.
Llegó, Victor Lustig recorría las calles de París con un traje ajustado.
Los transeúntes se quitaban el sombrero al pasar.
“Monsieur le Ministre”, lo saludaban respetuosamente, mientras Lustig les respondía con un gesto de asentimiento.
Lustig era bajo y delgado, con orejas que sobresalían con determinación de su cabeza. Con él estaba su nuevo amigo, el empresario André Poisson, y mientras los hombres caminaban juntos, Lustig señaló los edificios donde el gobierno francés realizaba negocios secretos o mantenía refugios antiaéreos.
La pareja estaba en las etapas finales de llegar a un acuerdo para la Torre Eiffel.
Por millones de francos oro, Poisson lo compraría al gobierno y lo desmontaría para convertirlo en chatarra.
Mientras caminaban a la sombra de la torre, Lustig le prometió a Poisson que con sólo un poco de papeleo, el icónico monumento sería suyo.
Oye,
Lustig estaba vendiendo una fantasía.
Lustig llegó a París preparado para realizar la obra de su carrera.
Había estado siguiendo el furor por la torre, que se había convertido en una monstruosidad oxidada, y había visto especulaciones en los periódicos sobre el deseo del gobierno de derribarla.
Eso, le dio una idea.
Ya había jugado con estafas inmobiliarias falsas antes, pero esto sería un desafío mucho mayor y una recompensa mucho mayor.
Sería una verdadera prueba de su don para el arte de vender.
Alquiló una habitación en el exclusivo Hotel de Crillon y pagó al personal para que le permitiera transformar un almacén del sótano en una oficina apta para realizar negocios estatales clandestinos.
Tuvo una cita cómplice con una mujer que trabajaba para el gobierno para adquirir papel con membrete oficial y luego envió cartas a los empresarios manufactureros más destacados de la ciudad.
Comenzaron las reuniones.
Uno a uno llegaron al Crillon, donde Lustig se presentó como subdirector general del ministère de postes et télégraphes y explicó que el gobierno planeaba vender la torre como chatarra.
La discreción era crucial ya que era una decisión controvertida.
Un hombre en particular llamó la atención de Lustig.
André Poisson era un recién llegado a París, deseoso de dejar su huella en la ciudad.
Lustig, se ganó su confianza rápidamente, llevándolo a asuntos “gubernamentales” y quedando en varias ocasiones con él.
Unas semanas más tarde, Poisson firmó la compra de la Torre Eiffel.
Pagaría 1,2 millones de francos y…
…Lustig jugó otra de sus cartas.
La más ingeniosa.
Le pidió un soborno a Poisson para engrasar las ruedas de su humilde vida como simple empleado del gobierno.
Poisson entregó un cheque por la torre y pagó el soborno en efectivo.
Poisson dijo más tarde que eso era lo que hacía a Lustig tan creíble, sabía cuán corrupto era realmente el gobierno.
Poisson pagó 70.000 francos adicionales por el soborno, es decir unos 200.000 euros actuales, y cuando se dio cuenta de que lo habían engañado, Lustig estaba de regreso en Viena.
Es más, Poisson estaba demasiado avergonzado como para alertar a la policía.
Cuando Lustig sugirió volver a vender la torre a sus cómplices al mes siguiente, pensaron que estaba loco.
Aun así, buscaron otro puñado de chatarreros y se dispusieron a hacer la misma jugada.
Después de que su segundo objetivo sospechara que había sido estafado, llamó a la policía.
Esta vez, la noticia de la estafa llegó a los periódicos.
Lustig pensó que lo mejor sería terminar allí su baile.
Abandonó la ciudad de forma más permanente y se mudó con su esposa y su hija a Chicago.
Sin embargo, no fue la estafa de la Torre Eiffel lo que acabó con él, pero eso te lo cuento luego.
Quiero dejar antes las reglas, que relató en su guía de cómo persuadir a alguien:
- Se un oyente paciente.
- Nunca parezcas aburrido.
- Nunca te emborraches.
- Espere a que la otra persona revele sus opiniones políticas y luego esté de acuerdo con ellas.
- Nunca presumas; simplemente deja que tu importancia sea silenciosamente obvia
Para no alargar más esto, doy mi opinión sobre las 5 claves en comentarios.
Está aquí:
Las 5 claves de Lustig y cómo lo pillaron.
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